ROAD RACES
CARRERAS A LA PUERTA DE CASA
Isla de Man. Un remoto territorio en el mar de Irlanda. Gobierno, parlamento y jueces propios. Legalmente, es independiente del Reino Unido. Sin partidos políticos signifi cativos. Paraíso fi scal por sus bajos impuestos y regulación bancaria: unos 35.000 habitantes y muchísimas más sociedades, entre ellas, alguna conocida de poker online. Sin embargo, no esperen ejecutivos o fortunas entre sus visitantes (al menos, no entre los más notorios). Los que le dan fama son los pilotos y los miles de incondicionales del Tourist Trohpy, la reina de las ‘road races’, que visitan la isla cada junio en una peregrinación cada año más numerosa para asistir a una carrera fuera de su tiempo, la última de una especie. El motociclismo de competición empezó en las carreteras, pero hace décadas que no hay un gran premio del Mundial en carretera abierta.
La última fue precisamente el Tourist Trophy de la Isla de Man, la máxima expresión de las ‘road races’, que se disputa sobre el mismo circuito y riesgo característico de las competiciones de hace décadas. Se trata del calendario de competición más peculiar del motociclismo deportivo. Se extiende casi por todo el mundo, pero su corazón está en las islas británicas. Allí se disputan las más importantes de un ‘Mundial’ con casi tantos seguidores como el de los Grandes Premios, carreras a la antigua usanza que interesan a millones de personas y que atraen a las islas a miles de aficionados en uno de esos viajes que todo motorista tiene que hacer alguna vez en la vida.
En los últimos años, Yamaha con el propio Rossi, Arai, patrocinadores millonarios… se interesan por la carrera y la promocionan.
El viaje empieza en un ferry en el puerto de Santander o en el de Bilbao, principales puntos de salida hacia Inglaterra, para después embarcar de nuevo hacia Douglas, principal población de la Isla de Man. En este apartado lugar se corre en moto desde 1907. Es una de las carreras más antiguas del mundo y fue parte del calendario del Mundial de velocidad en su era dorada, desde 1949 hasta 1976, cuando era la carrera más importante de cada temporada. Aquí una afición muy entendida puebla las gradas y los bares que jalonan el recorrido mientras ve las evoluciones de pilotos curtidos en la seguridad de que su vida depende de cómo gire la próxima curva.
Como dicta su centenario origen, la carrera tiene ingredientes propios de los albores del motociclismo deportivo. Se disputa sobre un circuito de 60 kilómetros que une la costa con la montaña, compuesto por carreteras convencionales; la concurrencia pasa a toda velocidad por varios pueblitos, con cambios repentinos de clima y curvas de nombres sonoros: Creg-ny-Baa, Ballacraine, Ballaugh Bridge… donde la entendida parroquia valora a los pilotos locales y los foráneos. Y luego están las grandes rectas: el circuito es irracionalmente rápido. El primer ganador lo hizo a una media de 60 km/h: hoy se superan los 200 km/h de media y las motos más potentes superan los 330 km/h de velocidad máxima… En un circuito abierto, entre bordillos, muros y árboles, donde una mala trazada puede signifi car la muerte. Un contrasentido en la edad dorada de los circuitos permanentes.
EN ESPAÑA HACE 30 AÑOS SE CORRÍA EN CIRCUITOS URBANOS
El lugar es de peregrinación anual y en los últimos años vive una segunda edad de oro. Los últimos grandes mitos que tuvieron que correr aquí fueron Agostini o el propio Ángel Nieto… que juraron no volver cuando dejó de ser puntuable para el Mundial: el español estuvo sólo una vez y juró no volver, pero el italiano ganó diez veces. Pero en 1976 la presión por su peligrosidad y las numerosas muertes en carrera forzando su salida del calendario del Mundial. La federación española llegó a prohibir participar allí tras la muerte de Santi Herrero en 1970: los españoles que han ido después han participado con licencia de Andorra, México…
El motociclismo de competición empezó en las carreteras, pero hace décadas que no hay un gran premio del Mundial en carretera abierta.
Fuera del Mundial pasó por malas etapas, cuestionada (todavía hoy) por el alto precio en vidas humanas que seguir corriendo en carretera abierta se cobra. El TT supera los 250 pilotos muertos y cada año la lista suma alguno más: en la edición de 2017 han sido seis. Y sin embargo, su popularidad y atracción van en aumento. El TT se ha reinventado al calor de la enorme afición de los ingleses y su empeño por hacer las cosas a su manera. En buena medida, ha sido un reducto de los pilotos británicos que lo han preservado en sus peores años, y que ahora disfrutan de la enorme popularidad de estas carreras.
La clave es que tiene el sabor de lo auténtico y genuino. Buena parte de la culpa la tienen sus particulares ‘estrellas’, los pilotos especialistas en ‘road races’, auténticos héroes en estas tierras. En el Olimpo, Joey Dunlop, el piloto que más veces ha ganado en este circuito: 26 entre todas las categorías. Tras un cuarto de siglo corriendo entre los bordillos de la isla en todo tipo de motos, el norirlandés acabó su vida en otra carrera en carretera, en Estonia. Tiene una estatua en la isla y su figura es venerada entre los fieles de la religión de las carreras a toda pastilla en carretera.